Significado de la frase AQUÍ YACE MEDIA ESPAÑA; MURIÓ DE LA OTRA MEDIA
AQUÍ YACE MEDIA ESPAÑA; MURIÓ DE LA OTRA MEDIA es frase tremendista, y con fuerte tufo negrolegendario (de la leyenda negra antiespañola) alusiva a una supuesta pulsión, predisposición o fatalidad cainita como rasgo carpetovetónico.
La idea que la frase transmite es que los españoles son gente cainita, con una pulsión innata a matarse entre sí. Cosa falsa de toda falsedad. Es decir, no puede ser más falso. Es una patraña de manipulación mental, destrucción identitaria y subordinación psicológica respecto a los autores de la misma, que son los autores de la sistematización ideológica de la leyenda negra.
Lo del famoso cainismo español es, en efecto, absolutamente falso. No es sino un mito más de demolición psicológica de los españoles, destinado a surtir el efecto de la gota que sin cesar cae sobre la roca de la españolía hasta horadarla pero con la diferencia de que sobre esa roca cae no una gota ni dos ni tres, sino un arrollador tsunami negrolegendario que lo invade e infecta prácticamente todo, y sin duda alguna todo aquello que su inmenso poder mediático-educativo es capaz de infectar.
No, no hay cainismo, o no al menos como rasgo patológico general y como anormalidad sociológica en un contexto internacional. No se detecta eso en absoluto en la vida real española. La monstruosidad de los españoles tan afirmada en la prensa española, excelente por otro lado desde el punto de vista lingüístico, eso de que son seres malditos que viven retorciéndose en convulsiones de maldad, envida y odio, y de que tienen todos los defectos humanos habidos y por haber, empezando por lo de que son unos horteras redomados y unos estúpidos supinos y terminando por lo de que son unos vagos congénitos y unos maleducados asquerosos, es mentira cochina, y más concretamente mentira cochina negrolegendaria. Precisamente, si han sufrido degradación, que ciertamente la han sufrido, no es por culpa de su ser español, sino justo por lo contrario: por la sistemática ingeniería de destrucción del ser español a la que España se ha visto sometida en los dos últimos siglos, a la que milagrosamente ha sobrevivido, si bien, eso es innegable, llena de gangrenas y supuraciones. Pero una cosa es que el ser español esté gangrenado y otra bien distinta es que el ser español sea una gangrena, que es lo que está en la base de las consideraciones negativas de las que forma parte la supuesta tendencia natural de los españoles a partirle el cráneo al prójimo para sentirse en paz consigo mismo. Esa tendencia es una invención destinada, como otras tantas, a arruinar la buena fama, el prestigio y la autoestima de los españoles. Es decir, a arruinarlos y hundirlos en la miseria tanto como sea posible. Por españoles.
Por ser aquellos que, largo ha, y siendo los más importantes seres del mundo, llevaban camino de consolidar la creación del mejor mundo que ha conocido la historia de la humanidad, una consolidación que había que abortar por la lenta pero muy eficiente técnica de arrastrar sistemáticamente por el fango todo lo español, al punto que los mismos españoles, o al menos quienes leían o eran más o menos culturetas, infectados por las lecturas y demás medios de adoctrinamiento de masas que andaran en ello, cayeran en el sentimiento de culpa, el complejo de inferioridad, el autodesprecio y en una consecuente credulidad y actitud obediente y servil, en una sumisión cultural y mental en definitiva, hacia los supuestamente superiores, que como casualmente eran el enemigo, pues eso: les divides, les comes la fe y moral para que no puedan volver a unirse, y además, lejos de ver o querer ver el golazo que les han colado, te agachan la cabeza y te babean por verte como superior.
Y ahí está el ejemplo del vanidoso filósofo madrileño Ortega y Gasset, la mayor inteligencia española del siglo XX según el periodista Luis María Anson, con tanto complejo de superioridad ante sus compatriotas y luego resulta que con tanto complejo de inferioridad ante la raza alemana, que en filosofía, dicho sea de paso, no ha producido sino basura (para empezar, y como él mismo –como Ortega–, no han dado respuesta a ninguna de las grandes interrogantes: ni a la de qué es Dios y el más allá ni a la de qué es el hombre, de dónde viene y adónde va, y lo que escribía el pequeño Kant hasta da risa). Joder, con el principalísimo intelectual don José. Tanto estudiar para eso, para que lo único que se pueda sacar en limpio de su obra sea el descubrimiento por su parte de que las masas son unas rebeldes que no tienen en cuenta a los intelectuales como él. Y que, no satisfechas con esa insubordinación ante sus superiores de la intelectualidad, ¡se ha hecho con el poder del mundo sin hacerle caso a nadie! Porque en ese despropósito (lo primero) y en ese disparate (lo segundo) se puede resumir todo su pensamiento. El chotis <<Rosa de Madrid>>, una asombrosa maravilla que te alegra el alma y te revigoriza el cuerpo sin necesidad de que sea doña Concha Piquer quien lo cante, se basta y se sobra, él solito, para dar cien vueltas a toda su producción literaria –o filosófica o sociológica o lo que fuera–, que no sirve absolutamente para nada, ni siquiera para entretener, fuera de su interés lingüístico, e incluso eso con reservas, ya que aunque escribía bien, su estilo, que a algunos les parece insufriblemente pedante y pretencioso, es en líneas generales pomposo y artificioso.
No sólo no existe en el español de a pie la querencia cainita que por vileza o por ignorancia se le achaca, sino que lo que existe es más bien todo lo contrario, a pesar de los denodados esfuerzos de la ingeniería social por erradicarlo: la gente, en grado menor que en tiempos anteriores pero aún en alto grado comparativamente hablando, suele ser amable y misericordiosa, si su situación personal se lo permite y hasta donde puede, respecto a sus compatriotas en general y respecto a sus familiares en particular. Basta querer observar, y sin necesidad de ser un lince de la observación, para darse cuenta de que entre los españoles lo que predomina es la gente buena, y no la mala, como se dice y como además sería lo más lógico, ya que ser malo es más sencillo y cómodo que ser bueno. Dicho de otro modo: no es la inhumanidad, precisamente, lo que diferencia a los españoles de otros, sino que lo que diferencia a los españoles de otros es, vaya por Dios, ¡su (superviviente) humanidad! El relato cierto es exactamente el contrario del que con tanta aplicación se cuenta en un país con un gravísimo exceso de traidores a la tierra que les vio nacer y cuyo nombre resulta innecesario decir.
Efectivamente, la única realidad es que los españoles son todavía, a pesar de los pesares del mundo posmoderno importado de fuera (los mecanismos para el fomento de la degradación y el envilecimiento llegaron del extranjero), mayormente buena gente, y en no pocos casos más que eso. De hecho, puestos a hacer comparaciones con otros pueblos, los de su entorno sin ir más lejos, pues es que sencillamente no hay color, quizá debido a que donde ha habido, siempre queda. Y la verdad es que queda bastante a pesar de las apariencias indicativas de lo contrario, que si son a primera vista bastante descorazonadoras, también son, al menos en muchísimos casos, bastante engañosas, al extremo de poder dar pie al pensamiento, seguramente de un optimismo excesivo, de que la mejor esencia española, para asombro de propios y extraños, diriase indestructible.
Lo que hay no son odios cainitas y pulsiones asesinas reprimidas, y mucho menos constitutivos del alma española. Hay rivalidades políticas, que es cosa diferente. Es decir, un artificio. Y las hay –esto es fundamental señalarlo– desde comienzos del siglo XIX, momento en que, dándose comienzo con ello a dicho artificio, quedó envenenada España por un cóctel letal de traición y servicio ideológico al enemigo y fueron creadas las condiciones políticas para que los españoles, hasta entonces unidos, quedaran divididos por razones básicas de cosmovisión y enfrentados por ello a muerte entre sí: las famosas dos Españas, inexistentes hasta ese momento, oh maravilla, surgieron de pronto como si siempre hubiesen estado ahí, un detalle este último, el de su inexistencia anterior, que basta y sobra para desmentir la constitutiva pulsión cainita de la que, por ejemplo, hablaba el poeta afrancesado –y encantado con la leyenda negra antiespañola, en cuya difusión y consolidación contribuyó el buen hombre todo lo que puedo– Antonio Machado, un ser que escupía veneno antiespañol por todos sus poros y diríase que enloquecido de pura antiespañolía, pues decía que el castellano es un hombre, además de cainita, triste, toma castaña*, como si todos ellos se hubieran dejado contagiar por la tristeza y la desesperanza existencial de gente como él. Como es natural, no va la gente como él a ponerse a decir que, para ser exactos, no es que los españoles, en las sucesivas guerras civiles que han librado a lo largo de los siglos XIX y XX, se hayan matado entre sí, sino que lo que verdaderamente ha pasado es que han sido empujados a matarse, inevitablemente, entre sí, que es cosa tan diferente como poco señalada, por no convenir al buen éxito de la leyenda negra ni a los tontos útiles españoles y demás finas hierbas de la antiespañolía sistemática que de ella maman y/o con ella se refocilan.
Más información
- La frase se dice de varias formas, con pequeñas variaciones formales, sinónimas entre sí (por ejemplo: AQUÍ YACE MEDIA ESPAÑA; LA MATÓ LA OTRA MITAD), y la concreta frase <<Aquí yace media España; murió de la otra media» la escribió el periodista madrileño Mariano José de Larra (1809-1836) en un artículo publicado en el periódico El Español con el título de <<El día de difuntos de 1836>> (es decir, el de justo cien años antes de la última –en el momento de escribirse estas líneas– guerra civil española: la de 1936-1939). En él narra un imaginario paseo suyo por el cementerio en tal día, para ir realizando crítica social conforme va paseando por el mismo y viendo a la gente y los mausoleos. Por ejemplo, al ver a los visitantes del cementerio, se asombra de que vayan a visitar a los muertos cuando –según Larra– son ellos mismos, los madrileños visitantes, los muertos (en el sentido de huérfanos de la vitalidad que deberían tener): <<– ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura? [..] ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos?>>. Se trata, evidentemente, de unas reflexiones alusivas a la ya entonces largamente arraigada decadencia de España, en la que Larra se regodea, de forma supuestamente patriótica (crítica «patriótica»), hasta el extremo de atreverse a negar la secular valentía española a la sazón en absoluto desaparecida: en efecto, al tropezarse con el mausoleo de la armería (uno en el que se lee <<La armería>>), y con la evidente intención de desmoralizar y desalentar a los españoles (es decir, para debilitarlos), dice el afrancesado y malintencionado periodista lo siguiente: <<Aquí yace el valor castellano, con todos sus pertrechos>>.
- Pero lo que uno ve al visitar un cementerio español no es ningún cainita disfrutando del panorama que le rodea, sino –y ya tiene mérito teniendo en cuenta la guerra a muerte existente en nuestros días contra toda idea de trascendencia– hombres parados en silencio, acompañando a los muertos un rato, ante las sepulturas, mujeres limpiándolas amorosamente y mujeres y hombres besando lápidas con la mano, y no sólo al llegar o al despedirse, sino también entre esos dos momentos; gentes todas ellas que si el dichoso Larra –que jamás se perdería por un cementerio español ni borracho fuera de la visita de trabajo para su libro– las hubiera visto, sin duda no las habría querido ver, o, lo que es peor, puede que ni las hubiera podido ver.
Ejemplos de uso de la frase <<aquí yace media España>> en diversas variantes
- ..hacer bueno el epitafio de Larra: <<Aquí yace media España: murió de la otra media>>. José Antonio Jáuregui. ABC,17-5-2000.
- No hay pueblo en Europa que posea caudal más rico de vocablos injuriosos..como el nuestro, decía [el filósofo José] Ortega y Gasset.[..] ¿Qué menos que desearle la muerte al payo infame que nos revuelve las tripas –zona donde, por cierto, anida nuestra clarividencia, enmaromada entre retortijones– con sólo pronunciar su nombre? Eso es tipismo español.[..] Aquí yace media España; murió de la otra media, explicaba Larra. Ángela Vallvey. La Razón,21-2-2010.
- [En entrevista de Jesús Amilibia a José Antonio Jáuregui (antropólogo que acaba de publicar el libro <<España vertebrada>>, en el que trata de demostrar que Ortega y Gasset se equivocó en su tesis mantenida en <<España invertebrada>>, ya que, según él (según J.A.Jáuregui), España está en permanente proceso de vertebración):] -[Jesús Amilibia] ¿Es éste el libro de un patriota? -[José A. Jáuregui] Sí, creo que sí. No oculto mi pasión por España. -[Jesús Amilibia] La palabra patriota dejó de tener prestigio hace tiempo. Se identifica con la extrema derecha o con el conservadurismo. -[José A. Jáuregui] Grave error confundir el amor a la patria con políticas de extrema derecha o nazis. O simplemente con la derecha. -[Jesús Amilibia] Dijo Larra: <<Aquí yace media España, la mató la otra mitad>>. -[José A. Jáuregui] Es bueno recordarlo todos los días. -[Jesús Amilibia] ¿Cuál sería nuestro gran pecado? -[José A. Jáuregui] El no conocernos, el olvidar o no conocer nuestra historia. La Razón,28-6-2004.

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